–Parece feliz –acabó aceptando.
–Mucho.
–Y contenta.
–¿Por qué no habría de estarlo?
–Porque sin mí...
Franz Kafka se mordió el labio inferior. No tenía ni idea de psicología infantil. Lo único que sabía, por instinto, era que los más pequeños rezumaban egoísmo. Formaba parte de su propia inocencia. Egoísmo por precaución, por supervivencia, por necesidad. Lo querían todo, amor, caricias, atención. Ser el centro del Universo y que el mundo girase a su alrededor era tan natural como que la comida apareciese, por arte de magia, en la mesa todos los días.