Lo que tenemos por delante no es la vida, sino el sentido que nosotros le damos, los valores que le añadimos. El joven en ruptura con su existencia ya no sabe adónde va, ni dónde se halla; tiene la impresión de estar frente a un muro y de haber sido condenado a patalear por un mundo que no entiende. Salir del estancamiento obliga a su fuerza interior a proyectar una dirección de sentido, a fabricarse una razón de ser, una exaltación, provisional o duradera, una renovación del sentimiento de existir. La ventana que el joven dibuja en la pared de su impotencia, y que termina por abrir al fin, se deriva a veces del camino abierto por una marcha de larga duración.