No sé cómo ni cuándo, pero pude cortar. Cortar con todo eso que como una ola inmensa y brava, me arrastraba hacia sus adentros pero nunca me devolvía. No existía una orilla. Se llevaba mi cuerpo, lo daba vueltas, lo despedazaba. Y no podía parar. No podía decir no. Mucho menos cuando no veía la ola. Cuando el peligro o, mejor dicho, el maltrato, era la única realidad que conocía. Sólo cuando caí en la cuenta de que era eso o mi vida, corté. Y corté por eso: todo lo que perdí se volvió mi escudo.