A los abuelos paterno y materno les debo mi arrebato por un mundo que, entre toda la familia, sólo yo compartía: el de la poesía.
El papá de mi padre fue un minucioso conocedor de los clásicos castellanos, no porque fuera profesionista, él era carpintero de altos vuelos y trabajó siempre para los jesuitas. Cuando llegaban los días de pago, pedía que le descontaran algo de su sueldo y, a cambio, le permitieran leer por número de horas en su biblioteca, y le contestaran las preguntas que sobre estas lecturas tuviera que hacerles. Los jesuitas aceptaban, lo querían bien, y así el abuelo se sumergía en los clásicos castellanos, en sus tiempos libres.
Mi abuelo materno, en el campo, era la poesía misma en sus pensamientos y en sus actos