Del color de la leche

lo dejas todo para cuidarlos y para protegerlos y después se van. es como si te consumieran para conseguir su propia vida

¿y entonces cómo diantres sabéis qué hora es?
nos levantamos cuando hay luz, nos acostamos cuando está oscuro. los animales no tienen relojes y parece que se apañan.

cuando te acostumbres, antes de que te des cuenta, sentirás que éste es tu hogar

La historia que encierra esta novela es uno de esos extraños poemas, centelleantes y violentos. Pero, en este caso, no uno escrito desde el lado del poder, sino, desde el flanco del oprimido y desde el punto de vista de un sujeto que escribe –porque puede escribir–.

Tiene algo de paradójico este hecho, porque la voz a la que Leyshon da vida aquí es a su vez un ejemplo de todas las voces silenciadas; un ejemplo de las muchas vidas que las estructuras de poder volvieron invisibles e inaudibles. El texto que escribe la narradora de este relato es un registro, lleno de belleza y espanto, de una vida enredada en la maquinaria de la dominación.

No se trata de hacer aquí un «panegírico fúnebre que abunda en hipérboles irresponsables», como escribe Borges sobre el modesto género del prólogo.

así que voy a terminar esta última frase y voy a secar mis palabras donde la tinta forma unos charcos al final de cada letra.

y entonces ya seré libre.

y mi bebé siempre va a estar conmigo y su pelo a lo mejor es del color de la leche, pero nunca se va a manchar de sangre.

no veo lo que hay fuera. pero el mundo sigue ahí dentro de mi cabeza.

ahora pensarás que no estoy diciendo la verdad, pero cuando te cuento esto estoy diciendo la verdad. no me temblaban las manos y el corazón me latía tan despacio que pensé que a lo mejor se me paraba. era como si me estuviera moviendo en sueños.