El acoso callejero no responde en absoluto a cumplidos simpáticos.
Empieza por los gritos. Las voces, las llamadas, las peticiones, los silbidos, las evaluaciones y los insultos. La frontera entre un «halago» y una palabrota es variable e impredecible; incontables mujeres han descrito cómo gritos de «¡Eh! ¡Sexy!» y «¡Ven aquí!» han pasado en un solo instante a «¡Puta idiota!» o, incluso, «¡EH, PUTA, TE VOY A ZURRAR DE LO LINDO!» cuando se niegan a responder