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Livros
Martin Amis

Perro callejero

Xan Meo es un hombre de múltiples talentos: actor, músico, escritor, y también hijo de un célebre delincuente. Una noche, Xan se sienta a tomar una copa en la terraza de un pub y, al poco rato, dos hombres le parten la cabeza a cachiporrazos. Tras una difícil convalecencia será otro. Deberá acostumbrarse a su nuevo ser, como todos los que le rodean, porque Xan se convertirá en un antimarido, en un antipadre, movido por impulsos primarios y con una sexualidad muy perturbadora. Pero hay otros personajes que inciden en la vida de Xan. Clint Smoke, un periodista de un diario amarillista volcado en la pornografía y las noticias de escándalo, y también Henry England, el rey de Inglaterra y padre de la Princesita, a la que alguien ha fotografiado desnuda en su bañera. También está el misterioso Joseph Andrews, como una araña en el centro de una vasta red. Y en el núcleo de todo: Edipo, los padres como posibles corruptores devoradores de sus hijos, el difícil pasaje a la madurez.
437 páginas impressas
Publicação original
2007
Ano da publicação
2007
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Citações

  • Haroldo Piñafez uma citaçãohá 4 horas
    El cielo cae, y yo no puedo decir si...

    Rígido ahora, como la estatua de un tirano derrocado, se desplomó de lado en el húmedo pavimento, y allí quedó inmóvil.
  • Haroldo Piñafez uma citaçãohá 4 horas
    Por primera vez, Meo pensó que algo más iba mal. Los cálculos que estaba haciendo interiormente podrían resumirse así: los quince centímetros que le saco de altura compensan los trece kilos que pesa más que yo, y en lo demás (edad de uno y otro) la diferencia real es cero. Así que sería un cuerpo a cuerpo. Y el tipo parecía despreocupado y torpe para enzarzarse en un cuerpo a cuerpo. No podía ser tan bueno: no había más que fijarse en su traje, en sus zapatos, en sus cabellos.

    –Lamentarás esto, muchacho.

    Pero hay otro actor en nuestra escena. Pues resulta que voy al Hollywood, pero acabo en el hospital. Un hombre (porque se trata de un hombre, es un hombre, siempre hay un hombre: un pecador, un ser que caga, come, respira...) que ahora se acerca rápidamente a él por detrás. Mal es violento, y Xan es violento, pero en el rostro y el aura de este tercer protagonista se aprecia la falta de todo cuanto los seres humanos han llegado a convenir: todos los tratados, concordatos, acuerdos. Es un hombre pálida y vulgarmente calvo. Sus cejas y pestañas parecen haber sido extirpadas o incluso quemadas a soplete de su rostro. Y el vaho que sale de su boca en este anochecer no demasiado riguroso es como el chorro pulverizado de un aspersor, alcanza hasta la distancia de un brazo.

    Xan no oyó pasos; lo único que alcanzó a oír fue el susurro apagado del relleno de la pesada porra. Y enseguida el empellón de dos dedos que se clavaban en su hombro. No tenía que haber ocurrido así. Los otros esperaban que se volviera, pero no se volvió: inició el movimiento de giro, pero se desvió y se agachó para escabullirse. Por eso el golpe, que pretendía meramente partirle el pómulo o la mandíbula, fue recibido en pleno cráneo, esa espaciosa caja (en este caso aún frondosa) que sirve de seguro estuche a tantas nobles y delicadas facultades.

    Se desplomó, se dobló por las rodillas, completamente vencido: rendidas ante su enemigo su doncellez, su alma de niño. La acción física hizo rodar el vaso de su Dickhead, que cayó al suelo. Oyó su chasquido, el chasquido de sus rodillas seguido por el chasquido del vidrio rajado. El mundo dejó de girar, y enseguida comenzó a dar vueltas de nuevo..., pero de otra forma. Sólo entonces, después de un latido, el gorrión se levantó con el batir de sus alas: aquel pequeño fisgón había presenciado todo.

    ¡El cielo se desploma!

    Después, las palabras «¡Toma! ¡Toma!», y un segundo y lacerante golpe.
  • Haroldo Piñafez uma citaçãohá 4 horas
    –¿Es tu ligue? –preguntó una voz.

    Meo agradeció que cesara su soledad. Miró a su derecha: el gorrión seguía aleteando en el brazo del banco, peligrosamente cerca de su segundo Dickhead. Alzó la cabeza: el que le preguntaba era un individuo sonriente, de figura casi cúbica y expresión algo bobalicona, que se hallaba a tres metros de él entre las sombras del crepúsculo.

    –Sí..., bueno..., es lo más que he podido conseguir en estos tiempos –respondió.

    El hombre dio un paso adelante, con las manos apoyadas en la cintura y los pulgares levantados a ambos lados del ombligo. Lo conocía, pensó Meo. Mejor.

    –¿Eres él...?

    Previendo que enseguida iba a tener que estrechar una mano, Xan se puso en pie. El gorrión no se movió.

    –Sí. Soy él...

    –Bueno. Yo soy Mal.

    –... Hola, Mal –dijo Xan.

    –¿Por qué hiciste eso, tío?

    En aquel instante se puso de manifiesto que Mal, no obstante su aire de humorístico pesar, era un hombre violento.

    Pero, lo que todavía es más sorprendente, se vio claramente que Xan también era un hombre violento. Es decir, que aquel obligado cambio de fuerzas no lo pillaba completamente desprevenido. La violencia, triunfalmente descabellada e irreal, es un viejo error de apreciación..., excepto para el violento. Una vez cometido ese error, los dos hombres sabían que de ahí en adelante todo era endocrino. Simple cuestión de sus secreciones glandulares.

    –¿Por qué hice qué? –dijo Meo, y dio un paso adelante. Aún esperaba evitarlo, pero no iba a dejarse ganar por la mano.

    –Ooh.

    También el otro lo pronunció a la francesa, como un où, como hacía ya rato lo había hecho Russia delante de Meo.

    –Ya había oído que tienes bastante mala leche.

    –Pues, entonces, ya sabes lo que te espera –replicó Meo tan fríamente como pudo (aunque notaba un sabor ácido en su boca)– si piensas tenértelas tiesas conmigo.

    –¡Mira que ocurrírsete mencionarlo! Y quiero decir que me lo mencionaste a mí, ¡nada más y nada menos que a mí...!

    –¿A quién he mencionado?

    Mal tomó aire, lo miró con los ojos desencajados y murmuró audiblemente:

    –Te acordarás de ésta, muchacho... J-o-s-e-p-h A-n-d-r-e-w-s.

    –¿Joseph Andrews?

    –No vuelvas a decirlo. No lo digas. Lo has vuelto a mencionar. Lo has repetido..., tal como lo escribiste, con todas las letras.

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