Una mujer

«era una mujer que encendía todo a su paso», y evocar en desorden escenas en las que aparece

Ya no volveré a oír su voz. Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y de caminar, la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí.

madre, nacida en un medio dominado, del que quiso salir, tenía que convertirse en historia, para que yo me sintiera menos sola y falsa en el mundo dominante de las palabras y las ideas al que, según su deseo, me he pasado.

gustaba dar a todo el mundo, más que recibir. ¿Acaso escribir es una forma de dar?

Ahora que mi madre ha muerto, no querría enterarme de nada más que lo que sabía cuando estaba viva.

Esa sensación, en la que la presencia ilusoria de mi madre es más fuerte que su ausencia real, es sin duda la primera forma de olvido.

Le di un beso, cogí el ascensor. Murió al día siguiente.

no quería que se muriera.

Necesitaba alimentarla, tocarla, escucharla.

Cada vez que iba a verla, la misma angustia por temor a encontrarla menos «humana».