Dios mío, Elijah! ¡No por mí, te lo suplico! ¡No por mí, amor! —rogué comprendiendo sus palabras, recordando cuando estuvimos en la casa del bosque.
Pero no cambió de opinión.
—¡Sí por ti, Bonita! —contradijo con orgullo sincero—. ¡No vales la pena, lo vales todo! ¡Vales mi vida!