Adiós, Tánger

una relación con tu propio cuerpo marcada para siempre por la violencia. Por fin querías exhibir ese cuerpo que habías odiado a fuerza de esconderlo.

Tánger se ha transformado en palabras; tu cuerpo, Ilias, vuestra historia. Todo se ha reducido a palabras, te lo has inventado todo. Ahora que has recorrido el camino hasta aquí, no sabes cómo continuar.

Ya no es el chico con el que jugabas al escondite y que se quedaba mirándote los labios cuando quería besarte.

ves tal y como es: un cuarto del que ha desaparecido cualquier huella tuya, el cuarto de alguien a quien conociste pero que ya no existe.

hablabais en árabe, era solo para lanzaros dardos. El francés era para las declaraciones y el inglés para las confidencias.

limitaste a sacudir la cabeza, indignada por la constatación de que un árabe desfigurado por una cicatriz fuera forzosamente percibido como un individuo más hostil que Quentin y sus ojos azules.

Las referencias francesas que habías integrado en Tánger adoptaban otro cariz en Lyon: al camarero le extrañaba que tararearas una canción de Jacques Brel. «¿Cómo? ¿La conoces?». Querían que fueras absolutamente extranjera; tu parecido los decepcionaba.

Nada más triste que la maleta que deshaces al volver de viaje. Los recuerdos huyen. Solo quedan los remordimientos.

Me atrevo a dar una explicación: cuando se ha traicionado, escribir es el último recurso.

Tu padre no tenía la menor idea de aquello, igual que el resto de los hombres de la familia: había secretos que debían seguir siendo femeninos.