Mujeres errantes

Una de sus fantasías habían sido los tríos y yo me había negado. Ya no. No me importaba, siempre que estuviera lo suficientemente

blanco bajo la mugre

Humanismo es querer al prójimo como a uno mismo»

Recordé las palabras de Julia: «En Cimavilla la alegría era un arma superior al cansancio, a la rabia, al desaliento: era nuestro grito silencioso». Su sufrida existencia me hacía reflexionar sobre la mía, caprichosa, constantemente bordeando el peligro sin necesidad, jugando

Si me pinchan no sangro, tal cual. No hablé más hasta la despedida. Él en cambio no calló. Me contó sus proyectos. Tras la guerra había encontrado su vocación en el servicio a los pobres, no podía permanecer con la

Pensé que teníamos muchas cosas en común, demasiadas. Y alguna, no muy recomendable, de lejana procedencia al parecer. ¿Podría considerarse una predisposición genética ese «gusto