—¿Casteel está vivo?
Levanté mi mano izquierda para mostrarle la centelleante marca de nuestro matrimonio.
—Lo está. —Tragué saliva—. Aunque estoy segura de que entiendes que eso significa muy poco en este momento.
Se estremeció, y no supe si era de alivio o de miedo. Se produjo un largo momento de silencio.
—Oh, Dios mío —susurró con la respiración entrecortada. Ocultó la cara entre las manos. Sus hombros se sacudían.
Me obligué a echarme hacia atrás y esperé a que recuperara la compostura… cosa que hizo, como sabía bien que haría. Tardó un par de minutos, pero sus hombros se apaciguaron y bajó las manos. Unos ojos vidriosos e hinchados me miraron desde detrás de unas pestañas empapadas de lágrimas.
—Es culpa mía.
—No jodas —espeté, cortante. Al menos en parte, lo era. Porque yo… había perdido el control. Le había dado a Isbeth la oportunidad que necesitaba. Eloana dio un respingo.
—Yo… no quería que la gente supiera que ella había ganado.
Me quedé muy quieta. Todo mi ser se quedó muy quieto.
—¿Qué?
—Fue… mi ego. No hay ninguna otra forma de explicarlo. Hubo un tiempo en que amaba a Malec. Creía que la luna y el sol se ponían y salían con él. Y ella no era como las otras mujeres. Ella le hincó las garras y lo supe… supe que la amaba. Que la amaba más de lo que me amaba a mí. No quería que la gente supiera que, al final, incluso con Malec encerrado en una tumba, ella no solo había ganado, sino que se había convertido en reina —admitió con voz ronca—. Se había convertido en la corona que nos forzaba a permanecer detrás de las montañas Skotos, la que utilizaba a nuestra gente para crear monstruos, y la que se había llevado… a mis hijos. No quería que Casteel supiera que la misma mujer que se había llevado a mi primer marido era la que lo tuvo retenido a él y ahora retiene a su hermano. Al final, ella ganó y… y todavía está consiguiendo hacer trizas a mi familia y a mi reino.
Ahora era yo la que me había quedado sin palabras.
—Estaba avergonzada —continuó—. Y no… Sé que no es excusa. Simplemente se convirtió en algo de lo que no se hablaba nunca. Una mentira que se convirtió en realidad después de cientos de años. Solo Valyn y Alastir sabían la verdad.