Por ello subdividí el mundo en tres partes: una, en la cual vivía yo, el esclavo, bajo leyes que sólo habían sido inventadas para mí y a las que yo, por otra parte, sin saber por qué, nunca podía cumplir de forma satisfactoria, luego, un segundo mundo, infinitamente lejos del mío, en el cual vivías tú, ocupado en gobernar, emitir las órdenes y disgustarte a causa de su incumplimiento; finalmente, un tercer mundo, en el cual vivía el resto de la gente, feliz y sin órdenes ni obediencia.