La batalla del laberinto

Annabeth me miró furiosa, como si tuviera ganas de darme un puñetazo. Y entonces hizo una cosa que me sorprendió todavía más. Me besó.

Y más bien me gustaba que hubiera transgredido las normas para venir a sentarse a mi lado.

¿Vendrás?

Ni siquiera lo dudé.

—Cuenta conmigo.

Ella sonrió por primera vez en varios días y, solamente con eso, sentí que todo lo demás valía la pena.

ella no tiene el menor deseo de regresar al inframundo. ¿La cuidarás tú

—Todo mi trabajo está aquí —dijo—. Es lo único que logré salvar del incendio. Son notas de proyectos que nunca he empezado, incluidos algunos de mis diseños preferidos. No he podido desarrollarlos en los últimos milenios. No me atrevía a revelar mi trabajo al mundo de los mortales. Pero tú quizá lo encuentres interesante

Eran cadáveres espeluznantes con uniformes militares de distintos períodos históricos: revolucionarios norteamericanos de la guerra de Independencia, centuriones romanos, oficiales de la caballería de Napoleón con esqueletos de caballo

Quieres que sea un malvado, ¿no es eso? —gritó Annabeth—. Tú no lo conocías, Percy. ¡Yo sí!

—¿Y a ti qué te importa? —le espeté—. ¿Por qué lo defiendes tanto?

No —dijo Annabeth—. No puede ser cierto. Él no podría…

—Se ha sacrificado por Cronos —dije—. Lo siento, Annabeth. Luke ya no existe.

No lo sopesé en mi mente, en plan: «¿Qué? ¿Le hago frente e intento luchar otra vez?» Nada de eso. Simplemente me limité a correr

Habían vuelto a forjar aquella arma mortífera.