Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Pam utilizaba otras palabras para hablar de la música, aunque en el fondo acababa diciendo lo mismo: que lo sonoro nos impulsaba a arrojarnos a un lugar peligroso y latente, que el ritmo abría la tierra y hacía salir demonios.

En mis sueños estoy ciega, decía Noa. Ciega como antes de nacer.

Me dolió saber que no estábamos tan unidas como pensaba, que nunca nadie está tan unido a otra persona como para ver en su intimidad.

sé por qué quieres verlo si el mejor regalo que te hizo fue abandonarte, le dije yo.

Me costaba entender que deseara estrechar lazos con quien no quería saber de ella. El amor no se reclama, el desamor no se cuestiona, le dije yo.

Es normal querer saber más sobre lo que nos hizo estar aquí, lo anómalo es creer que eso tiene algo que decirnos sobre nuestros problemas.

él me dijo que «contemplar» venía de «templo» y que «templo» era el lugar donde los ojos atendían.

con eso la pendeja dio en el clavo porque, cuando nos abandonan, es la música la que nos consuela, es la música la que nos hace sentir que hay algo que vale la pena en el dolor: el goce del mañana, el placer potenciado por la ausencia y la carencia.

me preguntaba por sonidos prohibidos y yo le hablaba del tritono, o sea, del intervalo del diablo, un sonido siniestro que se evitó en el canto eclesiástico medieval y que las cantoras cantaban muy bien

cuando escuchamos tormentas, cantos de pájaros, rugidos de animales, escuchamos lo que ha sonado desde hace miles de millones de años en la tierra y que esos son los sonidos del pasado para mí,

Ella me pedía que le contara lo que pensaba sobre esto y aquello porque la escucha cambia, la verdadera escucha es una transmutación, y en ese tiempo yo pensaba mucho en el oído preterrestre de mi hije