Stephenie Meyer – Crepúsculo 5 – Sol de medianoche

Bella nunca llevaba maquillaje y tampoco le hacía falta. La industria cosmética ganaba miles de millones de dólares al año gracias a mujeres que intentaban conseguir una tez como la suya.

Probé la ventana, que no estaba cerrada, aunque sí atascada por falta de uso.

No comprendía la emoción que estaba sintiendo, esa maraña de dolor, rabia, deseo y desesperación. Nunca antes había experimentado nada parecido; no podía darle nombre.

Has hecho lo correcto, y no puede haber sido fácil para ti. Estoy orgulloso, Edward.

Entonces pude mirarlo a los ojos.

—Sabe que yo… Que tengo algo raro.

—Eso no importa. Si tenemos que irnos, nos iremos. ¿Qué ha contado ella?

Ojalá se hubiera quedado dondequiera que se hubiese ido a pasar unos días, pensó Mike mientras me miraba con una expresión sulfurada. Interesante. No había reparado en que ese chaval me tuviese una especial animadversión. Aquello suponía una novedad, tan reciente como la llegada de la chica, al parecer. Aún más interesante: descubrí —para mi sorpresa— que el sentimiento era mutuo.

Mi propio demonio particular, que me atormentaba…

Y al mirar fijamente en la extraña profundidad de esos ojos marrones, reparé en que el odio se había evaporado, ese odio que por alguna razón me había imaginado que se merecía aquella chica por el simple hecho de existir. Ahora que había dejado de respirar, que no percibía su olor, me costaba creer que alguien tan vulnerable pudiera ser merecedor de semejante odio alguna vez.

¿No había querido protegerla yo también, de manera instintiva? Antes de haber querido matarla, quiero decir…

¿No había querido protegerla yo también, de manera instintiva? Antes de haber querido matarla, quiero decir…

Los ojos de Bella Swan seguían interrogándome, y yo me seguía perdiendo una vista despejada de las estrellas.