El buen mal

se sentaba en el último banco de madera, dejaba la cartera a su derecha y el abrigo a la izquierda y se ponía a leer, porque ¿no es acaso eso lo que la gente hace cuando ya está cansada de esperar?

Si no es así como la gente se aferra a la vida, ¿cómo siguen adelante?

Entre la peluquería, los hijos y las cenas de Navidad, un día me miré las manos y descubrí lo viejas que estaban.

¿En qué consistía hacer cosas de poetas y cuánto tiempo le llevaba? Y el alcohol, ¿era requisito?

«Nunca es por un hombre», dijo ella, «aunque te parezca que sí».

Quizá no aprender del todo tus lecciones es lo que al final te mantiene vivo.

«¿Me ven?», preguntó por fin.
Asentimos.
«¿Y usted?», preguntó mi hermana, «¿nos ve?».
«Sí».
El gato detuvo su limpieza y se quedó inmóvil.
«Pues qué milagro», dijo ella.

Lo raro siempre es más cierto.
Silvina Ocampo, Cartas

—¿Y cómo supo que él quería hablar conmigo? —La presión es tan dolorosa que ya no puede pensar.
—Qué le puedo decir, el chico me mostró el tubo y yo pregunté: «¿Querés hablar con mami?». Y el chico negó. Entonces pregunté: «¿Querés hablar con papi?», y el chico asintió. ¿Puede ser que para usted todo sea siempre tan complicado?

Quizá hasta sería una anécdota para recordar años más tarde, porque Denyse ya me parecía el tipo de amistad que una hace desprevenida, pero que luego dura toda la vida.