Putita golosa

Quiero que mi cuerpo sea fiesta y no duelo. Quiero sentirme cómoda. Quiero que me quieran. Eso me da miedo del tiempo: perderme del amor o el cariño. No le tengo miedo al tiempo. Le tengo miedo al desamor. Quiero las chispas del fuego en mi jardín. No quiero aprender a hacerlas. Quiero la carne que me revive cuando el jadeo me gana y quiero que no parezca queja.

Imelda sabía que ella nunca iba a ser ese objeto de deseo que se tironea como un buey. Las riendas estaban en sus manos, pero compartidas, era más liviano. El amor del bueno es eso: enredarse, mirarse, palparse e irse lejos aunque saberse anclado por la mirada y las manos.

El amor compañero no ha muerto o debe renacer, en todo caso, del fuego entre sus cenizas. No igual. Pero sí con la mejor de sus herencias. El amor puede ser una fuerza vital colectiva y personal. Y eso no puede borrarse de la historia.

hay un deseo más que no encaja en grietas ni urnas. El deseo a desear. En voz alta

Putita Golosa prefiere los amantes inolvidables a los efímeros. Pueden ser fugaces, pero tener voluntad de indelebles

Cómo se desea al propio deseo sin desear ser deseada

Cómo se hace para no mirar al que te gusta

Cómo se doma al cuerpo endemoniado de furia de estar sedado y arremangado ante los pies de la orilla barriendo con las piernas como presas quietas

pero que la sexualidad es juego

Gritar ante el silencio de desear en voz baja para que no se escuche, para que no se note, para que no se dé cuenta ni quién puede desear al cuerpo que desea