El afuera

Entre sacarles una piedra o dejar que se tropezaran, yo elegía siempre lo primero.

Compartir todos los días a toda hora con otros es el antídoto perfecto para el «amor» en cualquiera de sus formas. Incluso las más elevadas. La veneración, dicen, es anterior al conocimiento. Nunca se podrá venerar algo a lo que se conoce demasiado.

Cada vez que M. quiere señalarme una fisura honda, un defecto irremediable, un pozo oscuro en la moral, me dice: «Al final, sos igual a lo que escribís». Y sabe que me hiere.

Cuando se trata de niños, flaqueo. Estoy a favor de minimizarles las preocupaciones reales. Bajarles la persiana siempre que haga falta. Preservarles la inocencia tanto como la salud. No me interesa para nada que haya niños valientes o corajudos en el mundo, que sepan lidiar temprano con la pesadumbre.

Desde que nacieron, les leo. Quiero atiborrarlos de palabras hasta que queden apretados. Armados hasta los dientes. Un lenguaje para defenderse allá afuera: es todo lo que tengo para darles.

mis fantasías más radicales, en la primerísima fundación de una familia, el hombre era una criatura que aparecía, te entregaba algo y después te abandonaba para volver al mundo del que procedía. El hombre era un objeto de transición, eso que la mujer usaba hasta que llegaba el hijo y terminaba de darle sentido a su presencia. Y allí se quedaba.

Sobrevivir también es una nostalgia

de no haber muerto todavía.

(Cristina Peri Rossi)

No sé ellos. A la larga, dicen, todo el mundo se acostumbra al peso de estar vivo; yo no estoy nada segura de eso. Cada mañana, cuando mi tío José Antonio salía a trabajar al campo, decía: «¡Me voy a la guerra!». Seguro que hay gente que va a la guerra a diario, pero no es un eufemismo. Y caminan y caminan hasta que se hacen callos. Pero eso no es acostumbrarse, eso es hacerse callo

Amar y odiar al mismo tiempo es algo que nos sale bien a las hijas.

Compartir todos los días a toda hora con otros es el antídoto perfecto para el «amor» en cualquiera de sus formas. Incluso las más elevadas. La veneración, dicen, es anterior al conocimiento. Nunca se podrá venerar algo a lo que se conoce demasiado.