Fútbol contra el enemigo

Empezaron a desmarcarse y a presionar a los rivales, todo lo que antes no habían querido hacer, y lo hacían porque lo estaban pasando bien, lo cual demuestra que el fútbol es un juego tan maravilloso que hasta un puñado de profesionales rusos puede disfrutarlo a veces.

Cuando eres libre de hacer algo, no siempre tienes ganas de hacerlo.

Por eso hay cada vez menos gente en el fútbol.

—En la Rusia comunista —dijo—, el club de tus amores representaba a una comunidad a la que decidías pertenecer. El régimen no te enviaba a animar a un determinado club (exceptuando quizá a los equipos occidentales), de modo que podías elegir al equipo que quisieras. Puede que fuera tu única oportunidad de identificarte con una comunidad y de expresarte libremente. Ser un aficionado significaba reunirte con tus semejantes y ser libre.

Iba a ser el primer partido de fútbol que Stalin, que pomposamente se autodenominaba «el mejor amigo del deportista», presenciara en su vida y la idea era que viese un buen espectáculo. Así pues, los equipos habían pactado y ensayado todo tipo de goles (de cabeza, de tacón, de saque de esquina, de penalti, etcétera) para entretener al dictador.

Como nos explicó un joven, los rusos son hinchas del CSKA antes de cumplir los dieciocho, porque solo los menores admiran a los oficiales del Ejército. «Cuando a los dieciocho años entramos en el Ejército y nos topamos con la cruda realidad, dejamos de ser aficionados del CSKA para siempre.»

El Dinamo era el equipo del KGB, el CSKA era el equipo del Ejército, el Torpedo era el equipo de la fábrica de automóviles ZIL, el Lokomotiv era el equipo de la red de ferrocarriles estatales y el Spartak era el único club que no pertenecía a nadie. Ser aficionado del Spartak era una forma de decir «no» al sistema.

El escepticismo forma parte de la mentalidad rusa. No tiene nada que ver con sistemas políticos o con vivir bajo una dictadura o lo que sea. Simplemente nos gusta reírnos de la gente. Ir al fútbol es aquí como ir al teatro.

Los soviéticos jugaban limpio y siempre perdían los partidos más importantes.

Estonia era un equipo muy liviano. Por mucho que tuvieran un estilo «ruso», solo se parecían a los grandes equipos soviéticos de los 80 en su absoluta falta de voluntad de ganar.

El deporte puede ser un gran aliado. Días antes de mi llegada, la selección lituana de baloncesto había ganado la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona, lo que le proporcionó en un mes más cobertura mediática en el extranjero que la que el presidente Landsbergis había tenido en todo un año.