Nunca es solo sexo

Aunque, históricamente, hayan sido las «minorías» sexuales las que han sido perseguidas e identificadas con la toxicidad y el peligro, el verdadero peligro lo constituye aquí seguramente la heterosexualidad, ya que es la única categoría sexual que precisa de la violencia para determinar sus propias fronteras.

El acto del amor, escribió Freud, es visto así como un acto de violencia, con lo que la actividad sexual del futuro se convierte no en un motivo de ilusión, sino en una amenaza.

En el fondo, ¿de qué otro modo podría imaginarse un niño el acto de la penetración si no evocando imágenes de perforación y ruptura?

pero un hombre hetero, por muy excitado que esté, rara vez podrá admitir el deseo de que le hagan eso mismo a él

Imaginarse a una misma como portadora potencial de un niño implica que, en algún momento, será un objeto sexual abierto a ser penetrado, una idea que solo contribuye a agudizar las preocupaciones relacionadas con el propio cuerpo.

Antes solía decirse en broma que las únicas personas que comprenden que el sexo y la reproducción no son lo mismo son los antropólogos y los adolescentes,

Por muy ilustrados que sean los padres y por muy inteligente y conocedora del mundo que sea su criatura, ahí se crea un vínculo entre sexo y reproducción que, a cierto nivel, jamás se podrá romper.

Penetrar un cuerpo significa traspasar sus límites, igual que el acto del parto implica un desgarro o un corte de la superficie del cuerpo.

Los deseos sexuales de una persona y lo que termina haciendo realmente cuando se encuentra con otra suelen ser cosas descomunalmente diferentes, y el margen de separación entre lo uno y lo otro lo llena la fantasía. Pues bien, ¿cómo se forman nuestras fantasías y que efectos producen en la vida sexual?

Pero el dolor, la pena, el remordimiento y la sensación de vacío que acompañan a esos picos de excitación nos muestran que es mucho más lo que se pone en juego.