Marisol nunca se acercaba a Los Creyentes, seguía obsesionada con que comían personas y todas las mañanas miraba por el agujero para asegurarse de que los niños estaban completos. Al cabo de unos días de observación bajó la guardia. Los Creyentes, me dijo, trataban muy bien a los niños, los metían a sus camas, les tomaban fotos, los abrazaban, les daban chocolates y los hacían besarse en la boca como nos besábamos nosotras.