Los insultos y acusaciones entre escritores eran frecuentes en la época. Eran enfrentamientos agresivos, pero también muy ingeniosos, al fin y al cabo, el veneno salía de la pluma de sus talentos. Unos a otros se dedicaban versos altamente tóxicos, cargados de ironía y de sarcasmo.
Góngora llamaba borrachos a Quevedo y a Lope, mientras que a él le calificaban de «morisco»… De Quevedo decían que no tenía idea de griego y, además, que era «cegato». Lope como cura era, para Góngora, una «enfermedad». Y Cervantes se ganó adjetivos como «colérico, envidioso y mentiroso». Todo ello circulaba en poemas firmados, en las ediciones de los textos, pero también en otras ocasiones en libelos anónimos.