Se va por un jardín y se detiene a contemplar la contraluz de un crepúsculo, tiene sed y en el alto taburete de una fuente de soda toma a pequeños sorbitos su vaso de refresco, la atrae un concierto y el arrobo de la música se intensifica en la soledad, la tienta un viaje y la rosa de los vientos le pertenece. Va, viene: su atmósfera posee una pureza absoluta.