Autoficción

autoficción obra el cuerpo también religiosamente puesto que no se trata de mostrarlo, sino de encarnarlo: no se trata tanto de un acto de demostración, sino de un acto de encarnación por medio de su sacrificio expiatorio.

el emprendimiento autoficcional propone siempre suspender el tiempo para habilitar todas las posibilidades temporales de narración.

La autoelevación no es, por tanto, un acto de autovaloración, sino que es todo lo opuesto: es la confesión de un fracaso, la confidencia de una desilusión, la revelación de un desencanto, la declaración de una frustración.

Toda autoficción indaga, averigua e investiga en esta multiplicación de yoes que atestiguan de la complejidad del ser que a los ojos de todo emprendimiento autoficcional no es más que una acumulación de entidades múltiples y plurales en perpetuo movimiento.

Cuando hablo de la relatividad del tiempo, me refiero a que, para la autoficción, el pasado está tan abierto como el futuro, es decir, que es tan misterioso e incierto como el porvenir.

La autoficción parte del precepto de que el yo no es una entidad única, indivisible y singular, como se suele creer, sino que se trata de algo compuesto de varias entidades, múltiples, divisibles y plurales.

someter mi yo a la escritura, el otro yo que surge será forzosamente falso. Y esta es la gran singularidad de la autoficción: buscarse a uno mismo —ya que uno escribe no para promocionarse, sino para buscarse— para finalmente dar con un uno mismo falso.

De alguna manera, la autoficción es poder ser infiel a uno mismo, es decir, serse infiel a uno mismo con uno mismo.

La heroicidad en la autoficción reside justamente en esta capacidad para decir aquello que todos tenemos oculto y velado. Desvelar: he ahí el acto épico del héroe autoficcional que se confiesa.

Toda escritura termina siendo siempre un acto de alteración de la realidad por la simple razón de que los mecanismos de poetización cambian, alteran, perturban, transforman.