El Feo y Pol cumplieron la condena rellenando y cosiendo sacos para trincheras militares, compartiendo la torta de semillas de algodón —que era el desayuno típico de la isla— y yéndose a dormir calculando los golpes que hacían falta para reunir la plata necesaria para cruzar el mar Caribe hasta el puerto de Miami. Todos los hombres de la familia de Pol habían sido polizones. Él mismo sería polizón un día. El Feo prometió acompañarlo, sabiendo que la única opción que les ofrecía ese destino era el mal. Se sabe que los sobornos a la tripulación se hacen en dólares y eso enredaba las cosas de verdad. El dólar estaba más caro que nunca y ellos sabían que no podrían juntar tantos billetes sin ayuda. El Feo le contó de nosotros exagerando las capacidades criminales de cada miembro de la banda y la devoción con que asistíamos a la tribuna popular del estadio de fútbol, que era el único lugar donde podíamos gritar sin que nos apuntaran con un rifle.