Profecía

Cuando salí de la cárcel el cielo se había encapotado, se preparaba una tormenta. El siroco movía las ramas de los árboles y hacía caer las hojas de través, de un lado a otro de las calles. Al pasar por un jardín me detuve a observar una inmensa bandada de pájaros que se instalaba toda ella en un único castaño de Indias

Cuánto dolor me habría ahorrado si hubiera sabido que iba a terminar así: allí estaba, Giacomo Costantini, el hijo-modelo, el estudiante-modelo, el hincha-modelo, el arma con la que mi padre había intentado aniquilarme, y ahora, de repente, era el monstruo feroz e indefendible por el que nadie estaba dispuesto a sentir la más mínima piedad

Al día siguiente, Giacomo Costantini se entregó, confesando que había asesinado a su padre y a su madre.

Anunció el castigo de Dios para los responsables, y consoló a los difuntos respecto a la pervivencia de sus virtudes en la persona de su hijo Giacomo, quien a partir de ese momento, en un juramento solemne delante del Señor, se convertía en hijo suyo.

Al día siguiente yo tenía una vista en el tribunal y volví bastante tarde, casi de noche. Me encontré a mi madre inmóvil, en una silla, con una expresión sorprendida, casi dulce: «Ha ocurrido una tragedia», dijo. Ivan Costantini y su esposa habían sido hallados en su coche, cerca de un vertedero, asesinados por disparos de escopeta

Por primera vez, en ese periodo me di cuenta de que también tenía una madre. Intenté al principio descubrir en ella a una aliada, pero mi madre vivía ya entonces en una especie de limbo, despiadadamente equidistante de nosotros, que luchábamos delante de sus ojos

Su proyecto de amistad entre Giacomo Costantini y yo se esfumaba para siempre, y él se daba cuenta de ello.

Por si fuera poco, unos días después Giacomo Costantini se dejó caer por mi clase para terminar el curso académico, dado que el colegio adonde iba antes le quedaba ahora demasiado lejos. También este detalle había sido previsto por mi padre, que conocía bien al director.

Yo no había pasado nunca un domingo lejos de mi padre de manera que pudiera contárselo. Nunca había estado en un partido de fútbol, porque mi padre decía que el fútbol era para los pobres de espíritu

Ivan Costantini era un señor de la edad de mi padre, pequeño y delgado, que trabajaba también en la fábrica de perfilados metálicos. Tenía una esposa rubia que se disculpó varias veces por el desorden, aunque no había ningún desorden en su casa.