Nada se opone a la noche

Durante años, había sentido vergüenza de mi madre delante de los demás, y había sentido vergüenza de sentir vergüenza.

Escribo este libro porque hoy tengo fuerzas para detenerme sobre lo que me atraviesa y a veces me invade, porque quiero saber lo que transmito, porque quiero dejar de tener miedo de que nos pase algo como si viviésemos bajo una maldición, poder aprovechar mi suerte, mi energía, mi alegría, sin pensar que algo terrible nos va a destrozar y que el dolor, siempre, nos esperará entre las sombras.

Lucile murió como lo deseaba: viva.

Sabía y sentía que la enfermedad acabaría venciéndola, sufría, estaba cansada. Los combates que había sostenido a lo largo de su vida no le habían dejado fuerzas para afrontar éste

Hoy he dejado de buscar, me remito a la carta que dejó Lucile. Oigo a Lucile como le gustaba que se la oyese: al pie de la letra.

¿Tenía que escribir un libro, marcado por el amor y la culpabilidad, para llegar a la misma conclusión?

Puede sin embargo evitar que se produzca el suicidio? ¿Por qué?»

«No. Nadie puede impedir un suicidio.»

Hubiera preferido morir antes de pedirnos cualquier cosa, me dije, después pensé que era exactamente lo que había hecho, y lloré mucho.

Lloraba en silencio, lágrimas con sabor a infancia, lágrimas privadas de adiós, daba vueltas y vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño.