Punk 57

—Es mejor pedir perdón que permiso, ¿verdad?

«No me arrepentiré de irme —me digo—. No pensaré en ti ni un solo día a partir de ahora. Soy más feliz sin ti y no te necesito.

»Nunca te volveré a buscar.»

Maldita sea. He venido hasta aquí por culpa de un tío que probablemente se sienta más atraído por mí que por Ryen. Excelente.

«¡Los coros angélicos te acompañen al celeste descanso!». Es de Hamlet, la obra de Shakespeare favorita de Ryen. Me hice el tatuaje tras la muerte de Annie.

«Joder.» Me levanto y me paso las manos por la cara. Ha descubierto quién soy, ha encontrado sus cartas y se las ha llevado. Me doy la vuelta y salgo corriendo por la puerta.

—Sabes más que eso —susurro—. No dejaré que te suceda nada. Eres mi tribu, Ryen.

Hace una pausa y me mira a los ojos.

—¿Qué has dicho?

Se me tensa todo el cuerpo. Mierda. Ella me había escrito eso en una carta. ¿Por qué lo he dicho? Trato de distraerla lo más rápido que puedo. Me inclino hacia delante y la coloco sobre el colchón y empujando más y más fuerte.

El lunes por la mañana, camino por el pasillo del instituto, me detengo en mi taquilla y comienzo a teclear la combinación, pero veo letras negras en la puerta y me detengo.

Desearía no necesitarte,

no enamorarme de ti,

ser capaz de mirar a otra chica,

pero, cariño, para mí no existe nada más que tú.

—¿Bomba o lavadora?

Sus ojos se agrandan.

—¿Qué...?

—¡Bomba! —grito, y la arrojo a la piscina, escuchándola gritar cuando todo su cuerpo golpea el agua y se sumerge por completo.

—No arranqué ninguna página —le aseguro.

—¿Cómo sé que no hiciste copias?

—Porque yo no juego con mi comida antes de comerla.

Dane se aclara la garganta a mi lado y habla en voz baja.

—Te espero en el aparcamiento. Tómate tu tiempo.

Y yo que pensaba que comías niños —reflexiono, entregándole el cuaderno.

Tira su toalla y toma el diario, lo abre y examina el interior.

—Me gusta jugar un poco con mi comida antes de zampármela.