Cuando alguien comete una injusticia, ya seas tú o yo, madre o padre, ya sean los hombres de la Costa del Oro o el hombre blanco, es como cuando un pescador lanza una red al agua: se queda tan sólo con uno o dos pescados, los que necesita para comer, y devuelve el resto al agua pensando que sus vidas regresarán a la normalidad. Pero los que han sido cautivos no lo olvidan, aunque sean libres de nuevo.