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Livros
Kirk Douglas

Yo soy Espartaco

Más de cincuenta años después de la filmación de su epopeya Spartacus, Kirk Douglas revela el fascinante drama que tuvo lugar durante la realización de la legendaria película del gladiador. En una era políticamente convulsa, cuando los magnates de Hollywood rechazaban contratar mediante acusaciones de simpatías comunistas, Douglas escogió para escribir el guión a Dalton Trumbo, un guionista puesto en la lista negra, uno de los hombres que habían ido a prisión tras declarar ante el Comité de Actividades sobre sus afiliaciones políticas.

Con su futuro financiero en juego, Douglas se sumergió en una producción tumultuosa. Como productor y como protagonista de la película, afrontó momentos explosivos con el joven director Stanley Kubrick y feroces luchas y negociaciones con personalidades como Laurence Olivier, Carlos Laughton, Peter Ustinov, y Lew Wasserman. Escrito con el corazón y tras una meticulosa investigación de sus propios archivos, Douglas, a la edad de noventa y siete, mira lúcidamente hacia atrás sobre las audaces decisiones que se vio obligado a tomar, entre las que cabe destacar su coraje moral al dar crédito público a Trumbo, una acción tan eficaz como arriesgada, pero que supuso el fin de la notoria lista negra de Hollywood.
268 páginas impressas
Detentor dos direitos autorais
Bookwire
Publicação original
2015
Ano da publicação
2015
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Citações

  • Miguel Ángel Vidaurrefez uma citaçãohá 3 anos
    Hay un vínculo más extraño entre Kubrick y yo que jamás he contado a nadie. Cuando atravesamos aquellos problemas durante el rodaje de Espartaco, en una ocasión le pedí que me acompañara a una de mis consultas con el doctor Herbert Kupper, mi psiquiatra. En aquella época no era raro utilizar las consultas para tratar de resolver problemas concretos; y Stanley y yo teníamos más de una cuestión que podría requerir un arbitraje profesional.

    No sé decir si aquello sirvió para mejorar nuestra relación, pero el doctor Kupper sí hizo una sugerencia a Stanley que acabó teniendo repercusiones palpables en su vida. Le recomendó un libro, una novela en alemán del año 1926 escrita por Arthur Schnitzler, Relato soñado, de la que pensó que se podría hacer una buena película. Cuarenta años después, ese libro sirvió de base para la última película de Stanley, Eyes Wide Shut.

    De todas las pe
  • Miguel Ángel Vidaurrefez uma citaçãohá 3 anos
    En 1991 descubrimos que la escena eliminada de «las ostras y los caracoles» seguía guardada en las cámaras acorazadas de Universal. El problema era que la pista de sonido era inservible. Tony Curtis vino y volvió a grabar sus frases de Antonino más de treinta años después de que se grabaran originalmente. Con mucha gentileza e imaginación, Joan Plowright propuso que tal vez pudiéramos pedir a Anthony Hopkins que dijera las frases de su difunto esposo, pues Hopkins era capaz de hacer una imitación soberbia de Olivier. De manera que ahora, cuando Craso explica a Antonino que «el gusto no es lo mismo que el apetito», la voz que oímos hablar es la de sir Anthony Hopkins. Hizo una labor increíble. Escuchen atentamente a Olivier en las otras escenas: apuesto a que no aprecian la diferencia.

    En 1960, Jean Simmons pre‍
  • Miguel Ángel Vidaurrefez uma citaçãohá 3 anos
    Bueno, ¿qué nombre vamos a poner como guionista de esta película?

    Eddie respondió de inmediato lo que yo sabía que diría:

    —El mío, no.

    —Bien, eso nos deja un problema —dije—. Si tu nombre no aparece como guionista, tenemos que utilizar solo el nombre de Sam Jackson… y no existe. Eso es lo que sucedió el año pasado con «Robert Rich» y nadie se lo tragó.

    —Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Eddie.

    Stanley, que hasta el momento había guardado silencio, tomó la palabra:

    —¿Por qué no utilizas mi nombre?

    Eddie y yo nos miramos, sin dar crédito a lo que oíamos.

    Stanley prosiguió sin reparar en nuestro intercambio de miradas.

    —¿Por qué correr ese riesgo? Si ponemos mi nombre nadie lo pondrá el duda. La he dirigido y la he escrito: fin del asunto.

    Miré a Stanley.

    —¿No te daría vergüenza firmar con tu nombre un guion que ha escrito otro?

    —No —respondió Stanley, sin pensárselo—. Simplemente estoy tratando de buscaros una salida.

    Por el rabillo del ojo pude ver que Eddie estaba indignado. Yo sabía lo mucho que despreciaba la injusticia de las listas negras y lo mucho que odiaba tener que desempeñar el papel de falso guionista. Eddie era un hombre de principios. Stanley era un hombre de cálculos.

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