No me necesitas para nada. Pero me miras. No creas que no lo sé. Me miras desde los ojos que guardas en las paredes, en los hongos que crecen en la piel de las frutas que nunca te comes; me miras dos veces cuando salgo y hay estrellas: la primera con descaro y desde arriba, la segunda de reojo, cuando las estrellas se reflejan en los charcos, agua rezagada, Nueva Caledonia, que interrumpo con mis botas imaginarias. Me miras desde los ojos de los pájaros que picotean los prados, que me acechan desde los postes y los cables de luz. Me miras desde el brillo de tu sangre que cuido y lavo todos los meses; desde las heridas en tu brazo, las marcas de las agujas y de mis besos. Me miras desde los ojos de mi espejo