Además, le era imposible resistirse a ella. Sabía muy bien que debía mantenerse alejado, que no debía permitirse nunca estar solo en compañía de ella. Nunca actuaría según sus deseos, pero ¿de veras necesitaba someterse a ese tipo de sufrimiento? Igual acabaría solo en su cama, atormentado por la culpa y el deseo a partes iguales.
Pero cuando ella le sonreía, no podía decir que no. Y, la verdad, no era tan fuerte como para negarse una hora en su presencia.
Porque su presencia era lo único que tendría en su vida. Nunca habría un beso, jamás una mirada significativa ni una caricia. No habría palabras de amor susurradas, ni gemidos de pasión.