Después de un accidente doméstico en apariencia intrascendente que a la postre resultó fatídico, Ana María, la madre del narrador de Lengua dormida, pasó tres años entrando y saliendo de una clínica en Hermosillo, ciudad en la que encontró su punto final la última de sus vidas. Tras su muerte, la biografía secreta de su pasado reveló una de las primeras: muchos años antes vivió en Ciudad de México, tuvo un marido y cuatro hijos y lo abandonó todo. Las hebras que engarzan ambas existencias están contadas en este libro que es al mismo tiempo una investigación detectivesca, un caleidoscopio del duelo, una carta de amor, una búsqueda y un hallazgo.
Emotivo pero nunca afectado, hondo pero jamás solemne, Lengua dormida es un acto reflejo frente a la orfandad, el recorrido mental de un hijo que busca a su madre muerta. La narración avanza de forma caprichosa e inestable –de manera análoga a como procede la memoria–, poblándose tanto de los grandes hitos que marcan una existencia como de anécdotas en apariencia triviales; y sin embargo nada es gratuito en la escritura de Franco Félix, capaz de vincular los momentos más álgidos de la historia con aquellas miniaturas domésticas que dotan de cuerpo y personalidad a una vida, incluso después de que se haya extinguido.