Una corona de mentiras

chos de oro negro macizo de Mariana.

Las puertas dobles de la sala del trono están cerradas. Tomo el pomo y tiro, pero no se mueve. Por los infiernos, cómo pesa. ¿Por qué

s, y yo le devuelvo la mirada.

Creo que en algún momento he dejado de sentir el miedo. Sé que está ahí, porque de lo contrario mi corazón no estaría latiendo desenfrena

ultan disuasorias de por sí, y Quinten no es ningún estúpido. –Sus labios emiten un gruñido bajo–. Sin duda, tiene ó

viar parte de la carga que lleva sobre los hombros desde hace tanto tiempo, y compartirla, si me deja. Siento una fuerte pr

mi Espectro Sombrío tiene un sentido de la protección demasiado desarrollado, o bi

ar desesperados para que los pensamient

endo.

¿Vamos a irnos tan tarde? Pero entonces me doy cuenta de algo... ¿Acaso Reven no necesita más sombras para ayudarnos a entrar en el templo? Echo un vistazo a

rro, y la súplica suena áspera en mi garganta. Desesperada.

–Lo sé.

Sus palabras caen pesadas en la habitación, y el silencio se propaga como una onda.

Las sombras, proyectadas por la luz de las llamas de la gran chimenea de piedra, parpadean como un acto reflejo, aunque él no se inmuta.

al rey?

La pregunta se me escapa sin más.

Las miradas de Vos y de Horus se dirigen hacia Reven, que hace un gesto, y Vos vuelve a pinchar algo de comida.

–Yo era su general antes de venir aquí.

den montar un espectáculo. Habrán enviado soldados desde otra ciudad.