Quieres que te coma este maravilloso coño que tienes?
—Por favor —jadeó Ava, empujándose contra mí—. Lo necesito… Oh, Dios.
Dejó caer la cabeza, y sus gritos quedaron amortiguados por la almohada cuando empecé a recorrer su clítoris con la lengua, alternando entre lametazos largos, lentos y rápidos. Estaba hambriento de ella, de su sabor, de la inocencia que se derrumbaba delante de mí en ese preciso momento. La devoré como si estuviera poseído, la mano metida en su carne, mis dedos dentro de ella hasta