Sus palabras nos calaron en lo más hondo: eran palabras que tenían la misma forma de nuestra herida, ese tajo callado que nos dejó la muerte de la Milena y que no sabe cicatrizar Fue como si se instalaran ahí, precisas como la última pieza de un puzle, y el ardor fue tan fuerte que nos obligamos a toser para no llorar. Al final elegimos pensar que nomás era el vino, que ya nos estaba raspando las gargantas.