Pero visto desde aquí —y cuando digo aquí digo tantas cosas: se enredan el tiempo, la soledad y la tierra, truena el mar, se ríe la muerte— me siento obligado a confesar que, en buena parte, ese yo cronista tenía mucho de disfraz. Aquel ente abstracto resultaba estupendo para esconderme tras las letras dejando ver a alguien mejor, más comprometido, más aventurero, más inteligente, tantísimo más deseable que el amasijo de carne y huesos que estaba golpeando, casi siempre cansado, casi siempre triste, casi siempre harto de todo, las teclas del ordenador.