Rabia y perdición (Spanish Edition)

—Maldita sea, Trin, no pretendía hacerte llorar —murmuró contra un lado de mi cabeza—. Es que dijiste que echabas de menos las estrellas de tu cuarto, allá en tu casa, y quise… quise darte estrellas que pudieras ver todas las noches.

—¿Cómo? —susurré mientras levantaba las manos y luego las apretaba contra mi pecho—. ¿Cuándo hiciste esto, Zayne?

—¿Sabes cuántos huesos tienes en la mano? Veintisiete. ¿En la muñeca? Ocho. Tres en cada uno de los dedos. Dos en el pulgar. Cada mano cuenta con tres nervios y, como estoy seguro que sabes, la mano de un humano es increíblemente sensible. Veamos, puedo romperte cada uno de esos huesos de manera individual —continuó con voz suave mientras le daba la vuelta a la mano del hombre—. O puedo hacerlo todos a la vez. Creo que sé qué hay que hacer, y lamento que no parezcas ser más sensato.

—Porque no pienso dejarte marchar en un futuro cercano —contestó, moviéndose increíble

Era Guardián, pero ahora soy protector. Su protector. Si alguno de ellos tan siquiera hace una pregunta sobre Trinity de un modo que me preocupe en lo más mínimo, será lo último que haga ese Guardián.

Eran alas angelicales.

Zayne era un ángel.

Me quedé boquiabierta.

Alas.

Eran alas.

No alas de Guardián.

Incluso con mis ojos, me di cuenta de que estas tenían plumas. Eran blancas y densas,

—Trin —dijo, y los estremecimientos se convirtieron en temblores por todo el cuerpo al oír su voz… su voz.

Abrí los ojos, temblando, y no pude respirar, no pude hablar ni pensar más allá de lo que vi.

«Zayne.»

Era él, con su cabello rubio suelto, cayéndole contra las mejillas y rozándole los hombros anchos y desnudos. Eran sus labios carnosos que yo había besado y adorado y su ancho pecho que subía y bajaba con rapidez…, pero aquellos ojos que me miraban fijamente no eran los suyos.

¿Estaba experimentando ilusiones olfativas?

Solté el banco y había empezado a ponerme de pie, cuando lo sentí. Un extraño y cálido hormigueo me recorrió la nuca y el espacio entre los hombros. Una brisa sopló procedente de mi espalda, levantándome mechones de pelo, y me vi rodeada de menta fresca.