El libro de preceptos del señor Browne

Hay que estar agradecidos con las personas que nos hacen felices. Son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestras almas.

Albergamos en nuestro interior las maravillas
que buscamos a nuestro alrededor.

Y casi todo el mundo, y lo sé por experiencia, es un poco más noble de lo que piensa.

Dar placer a un solo
corazón con un solo acto
es mejor que mil cabezas
inclinándose en oración.

El sol no brilla solo para unos cuantos árboles y flores, sino para el disfrute de todo el mundo.

Pienso que
todo el mundo
siente placer
al hacer
el bien al
prójimo.

La felicidad es un
perfume que no puedes
poner a los demás
sin que te salpiquen
unas gotas.

Es difícil deshacerse
de la bondad, porque
siempre acaba teniendo
efecto en ti.

En la antigüedad clásica se creía que, para ser una gran persona, uno debía tener las cuatro siguientes virtudes en igual proporción:

SABIDURÍA: prudencia, fruto de la experiencia, o la capacidad de reaccionar de manera apropiada a cualquier situación.

JUSTICIA: la capacidad de luchar por lo que está bien. La voluntad perpetua y constante de darle a cada cual lo que le corresponde.

VALOR: la capacidad de hacer frente al miedo, a la incertidumbre o a la intimidación.

TEMPLANZA: la capacidad de practicar la moderación, aunque uno tenga la tentación de ceder a sus deseos o a su interés. La templanza es el arte del autocontrol

La felicidad en la vida está
compuesta de fracciones
minúsculas: las pequeñas
atenciones, pronto olvidadas,
de un beso o una sonrisa, una
mirada amable, un cumplido
sincero, y de los incontables
infinitesimales de una
sensación grata y cordial