Breve contrahistoria de la democracia

Dentro de la racionalidad neoliberal, argumenta Ellen Meiksins, estos grupos sociales no buscan cambiar el sistema que los margina, sino integrarse a éste, ser parte del banquete capitalista y empoderarse económicamente. La igualdad y diversidad racial y sexual pudieran no ser enemigas del capitalismo porque, como ha ocurrido en algunas naciones desarrolladas, ambos pueden coexistir, pero, ¿es aceptable celebrar la diversidad de clases o, aún más, puede el capitalismo coexistir con la igualdad de clases?

Hay quien le llama democracia y quien de otra manera, como a cada uno le place, pero en realidad es una aristocracia con el apoyo de la mayoría

El (neo)liberalismo anestesia la conciencia política, mientras que los debates comunitarios sacuden las concepciones individuales y nos obligan a tomar parte ya sea uniéndonos o rechazando cierta situación.

La monarquía, la república, la tiranía, la dictadura, la aristocracia, la oligarquía, todas formas no menos ni más fallidas que la democracia misma.

En suma, el sistema político neoliberal reduce, de nuevo, a la democracia a su más elemental contradicción desde Solón: la desigualdad.

El título universitario sólo tiene sentido dentro de la racionalidad neoliberal si promete una recompensa salarial jugosa, de lo contrario pasa a un segundo plano.

En el liberalismo, el sujeto adquiere otros derechos denominados naturales y la propiedad privada es el más importante de todos.

Así, la propuesta original de la democracia en realidad no conlleva en sí ninguna idea de igualdad porque surgió como un fenómeno vertical y ni mucho menos significa que una sociedad, al ser democrática, necesariamente sea más igualitaria que un país dictatorial o autocrático

La democracia moderna nace como una ideología marcada por la esclavitud desde el momento en que surge en países de raza blanca que derrocaron el absolutismo; comenzando por los Países Bajos, pasando por Inglaterra y Francia, hasta su auge en Estados Unidos

La sociedad estadounidense más que ser una democracia inclusiva fue una «democracia racial»: lo que para los atenienses fue la ciudadanía, para los liberales fue el color de piel.