Las letradas-sin-hijos que sucedieron a estas monjas se encerraron también: en vez del convento eligieron la sala de costura. A punta de plumazo, y luego a lapicera, abrieron el canon la cómica Jane Austen, la borrascosa Emily Brontë, la insondable Emily Dickinson, la cursilona Louisa May Alcott (infaltable fue su odiosa Mujercitas en nuestras listas de lectura), la irónica pero también dramática Edith Wharton, la tremenda Katherine Mansfield y la Dottie o Dorothy Parker, mujer que