La chica invisible

Dios seguro que sabrá perdonarme. Solo él debe juzgarme.

Emilio, tras esas gafas de pasta y esa pinta de friki, tiene una mirada de lo más inquietante. Y eso le gusta. Le gusta mucho.

Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro.

—¿Pizza? Ahora lo entiendo. He visto que habéis quemado algo. Debe de ser una maldición de esta familia.

—Julia Plaza, ¿qué haces por aquí? —le pregunta Alberto con su voz ronca de ultratumba.

—Pues… hasta cuando sea. —Hasta cuando sea.

Te recuerdo que pronto empiezan los exámenes finales y nos jugamos el curso. —Ya lo sé. ¡Que comiencen los septuagésimo primeros Juegos del Hambre!

—Si tardo menos de un minuto en hacer el cubo de Rubik, le escribo

Se asusta y se lleva la pulserita tobillera y su móvil para no dejar ninguna pista. Es verosímil, ¿no?

A las siete, Iván toma una decisión: va a hacerle caso a Vanesa. Es muy arriesgado e inmoral, pero no le queda más remedio. Como decía Maquiavelo: «El fin justifica los medios». Le cuelga a Vanesa y se pone manos a la obra.