Es probable que en la literatura mexicana no exista un personaje parecido a Ausencia Bautista Lumbres: huérfana y muy pobre en su infancia, acaudalada y autónoma a partir de que su padre adquiere una próspera mina y muere. Sin más dueño que sí misma, entre amantes y opulencia, y con la complicidad de la fiel Enedina, Ausencia se dedica a gozar de la vida y de su cuerpo eternamente joven sin consecuencias ni remordimientos, por lo que su conflicto viene de un lugar más profundo, de un cuestionamiento filosófico de la feminidad, de su existencia frente al otro. El lenguaje y la técnica narrativa con que La China Mendoza logra este vértigo sin precedentes desborda todos los límites, especialmente los del lenguaje: en una sintaxis abigarrada se tejen lo mismo neologismos, arcaísmos y cultismos que expresiones populares; el resultado, aunque complejo, no deja de ser divertido. En palabras de Jazmina Barrera, «el humor en este libro es parte del gozo pantagruélico, que Rabelais habría podido escribir sólo si hubiera sido mujer».