No sé cómo explicarlo —le digo—. El es… No sé. —Me miro las manos—. Fue mi primer amigo. La primera persona que me trató con respeto, que me quiso. —Me quedo callada un momento—. Siempre ha sido muy bueno conmigo.
Warner se estremece ante la sorpresa, la cual le invade el rostro.
—¿Que siempre ha sido muy bueno contigo?
—Sí —murmuro.
Warner se ríe de forma dura y falsa.
—Esto es increíble —dice, mirando a la puerta, con una mano atrapada en el pelo—. Esta pregunta me ha estado consumiendo durante los tres últimos días, he tratado desesperadamente de entender por qué te entregaste a mí de tan buena gana para romperme el corazón en el último momento por mi… un autómata soso y completamente reemplazable. No dejaba de pensar que tenía que haber alguna buena razón, algo que había pasado por alto, algo que no podía entender.
»Y estaba dispuesto a aceptarlo —prosigue—. Me había obligado a aceptarlo porque pensaba que tenías unas razones profundas y fuera de mi alcance. Estaba dispuesto a dejarte escapar si habías encontrado algo extraordinario, alguien que pudiera conocerte de formas que yo nunca podría llegar a comprender. Porque tú te mereces eso —dice—. Me dije a mí mismo que merecías algo mejor que yo, algo más que mis lamentables proposiciones. —Niega con la cabeza y deja caer las manos—. Pero, ¿esto? —añade, paralizado—. ¿Estas palabras? ¿Esta explicación? ¿Lo elegiste porque es bueno contigo? ¿Porque te ha ofrecido caridad básica?
De repente me siento enfadada y avergonzada.
Me indigna que Warner se haya concedido el permiso de juzgar mi vida, creyéndose generoso por apartarse de ella. Entrecierro los ojos y aprieto los puños.
—No es caridad —contesto—. El se preocupa por mí… ¡y yo por él!
Warner asiente, poco convencido.
—Deberías tener un perro, querida. He oído que tienen cualidades muy parecidas.