Turistas

después decidí que esa solemnidad era una forma de su bondad.

era como que ahora el paisaje quedaba abandonado a su suerte y a su aire. Era más lindo a la vuelta, era como estar junto a un pariente del que uno no tiene que preocuparse.

Pensé: “El que tiene intolerancia al vino es porque en vez de aligerarse con él se entorpece, es porque tiene un concepto mezquino de la comida, mecánico, como algo que entra y sale y no ve el comer y el beber como un ritual comunicante que existe desde que el hombre es hombre.

Como la cantidad de deseos que uno puede tener es infinita, yo sólo configuré tres:

1) Que aparezca en la montaña un cóndor gigante batiendo las alas y nos haga postrar por tierra a todos.

2) Que aparezca pronto el Aconcagua.

3) Que yo encuentre en la ciudad un bolso de jean con la panza fruncida para agrandar y achicar, que no compré cuando lo vi por amarreta consuetudinaria.

Me hubiera gustado ser como ella, con esa gracia discreta para hacerse perdonar y no como yo, que me lo pasaba pensando en lo que es y en lo que debía ser.

A lo mejor castigar prolonga la vida, y cuando yo protesto contra todas las cosas que no deben ser me lleno de alguna energía que me impide disolverme como un flan.

En Mendoza hace un calor seco como la cordillera, es un enemigo que ataca de frente, pincha pero no hace transpirar, no abate, por eso los mendocinos caminan erguidos como los álamos que vi por el camino y como los granaderos de San Martín. No es un calor a soportar, es uno a enfrentar.

últimamente pensaba constantemente en lo que debe ser y no es. Todo lo que no era como yo lo había concebido acentuaba mi irritación, sobre todo las demoras, yo había estado una hora antes en la estación esperando el micro, siempre en todos lados una hora antes, para que el acontecimiento no me tomara de sorpresa, siempre una hora antes de los llamados, las visitas, porque en el fondo creo que si no espero atentamente nada se produce.

Y escuchaba la voz de Nietzsche que me decía: “No depender del afuera, producir desde adentro”. Y yo dependía de la radio, del teléfono, del contestador, de la televisión y de la computadora, y de esta sólo para ver si tenía noticias. Una leve recriminación y después el consuelo: Nietzsche murió loco antes de que el verano le asoleara la cabeza.

Eludiendo la compasión que me tenía y la sensación de que la sordidez se me había pegado a mí también, de que estaba contaminada como por algo inevitable, me mantuve lúcida, con una especie de lucidez animal. Y fuerzas animales me vinieron también; deseos de moverme mucho, de ir lejos y de ver el sol. Me escapé como una ladrona y me fui a mi casa.