Pero lo denuncio. Denuncio nuestra debilidad, denuncio el horror alucinante de morir y respondo a toda esa infamia con –exactamente esto que ahora quedará escrito– y respondo a toda esa infamia con la alegría. Purísima y levísima alegría. Mi única salvación es la alegría. Una alegría atonal dentro del it esencial. ¿No tiene sentido? Pues tiene que tenerlo. Porque es demasiado cruel saber que la vida es única y que no tenemos como garantía más que la fe en tinieblas; porque es demasiado cruel, respondo con la pureza de una alegría indomable. Me niego a estar triste. Seamos alegres. Quien no tenga miedo de ser alegre y de sentir por una vez siquiera la alegría alocada y profunda tendrá lo mejor de nuestra verdad. Yo estoy –a pesar de todo, oh, a pesar de todo– alegre en este instante-ya que pasa si yo no puedo fijarlo en palabras. Estoy alegre en este mismo instante porque me niego a ser vencida, y entonces amo. Como respuesta. El amor impersonal, el amor it, es alegría, incluso el amor que no sale bien, incluso el amor que termina. Y mi propia muerte y la de los que amamos tiene que ser alegre, no sé todavía cómo, pero tiene que serlo. Vivir es esto, la alegría del it. Y conformarme no como vencida sino en un allegro con brío.