Kubla Khan

La música es un río tembloroso de estrellas

escupo un lodo ácido
encima de mi amor.

No cierres
tu balcón. No cierres tu vestido.
Mira que nada cubre mejor la desnudez
que estar cosido a un cuerpo que se ama.

Cosas que dan felicidad:
Limpiar los camarones que vas a comerte.
Cazar un animal en los ojos de una muchacha.
Tener en el bolsillo las monedas exactas.
Cosas que dan insomnio:
Un suspiro de cáncer punzando en el esófago.
Una gasa de diesel flotando sobre el rostro.
Una escalera roja entrevista en el sueño.
Cosas lentas:
Relojes de arena mojada.
Un parpadeo entre dos gaviotas.
Estrellas que parecen náufragos del Titanic.

Yo las deseo entrecortadamente,
como un caimán imbécil y violento
que gusta de la presa aderezada con veneno.
Yo las deseo en las cornisas más esbeltas del amor.
Abismos sucesivos y dádivas perpetuas,
sus cuerpos se prolongan en mí hasta confundirse

Mis ojos son palabras que caminan en círculos.
Mis huesos un cadáver en la luz de otro día.

En sus brazos,
yendo de unos a otros brazos,
me siento como César, que miraba
–mientras ardían en su pecho los cuchillos–
algunos de los rostros que más amó.

Flor en el muro agrietado,
yo te extraigo de las grietas,
te sostengo –raíz y todo– aquí en mi mano,
florecita. Pero si yo entendiera
lo que eres, raíz y todo y todo en todo,
entendería también qué cosa es Dios y el hombre.

Muero porque no muero con el control remoto en las manos entrelazadas sobre el pecho.

También cuentan que el pueblo engullía estos manjares –pasajero de lujo en un buque fantasma– sin deleite ni aprecio. Aderezo y más vino