Maic

Ayer pasé la tarde con la señora Historias y hablamos de mi madre. Cuando le conté qué está buscando mi madre, se quitó las gafas, se frotó los ojos y negó con la cabeza. Después se quedó un rato mirando el techo y al final yo también lo miré. Como si lo estuviera leyendo, me dijo que a lo mejor no me hacía falta un padre perfecto, que a lo mejor me bastaba con una madre que estuviera en casa, que no me dejara. Me llevé una mano a la frente para taparme los pensamientos, la señora Historias tenía razón.

Mi madre finge que no la echa de menos, pero cuando miro en el fondo de sus ojos veo una tristeza que tiene la cara de mi abuela.

Y oscurecerá y las madres se asomarán a los balcones porque tendrán la cena a punto. Y yo también saldría al balcón a llamar a mi madre, para que vuelva, que vuelva como era ayer, que siempre sea ayer, con tiempo para ser pequeño, dolor de mejillas de tanto sonreír y ración doble de merienda.

–¿Tu madre ya te ha vuelto a dejar solo?
Bajé la cabeza y esperé su abrazo, que me acabaría de borrar los remolinos del ombligo. Y el abrazo llegó enseguida.

Ella siempre vuelve cuando yo ya estoy tan convencido de que no volverá que agradezco el dolor de barriga porque me distrae del nudo que se me forma en la garganta y del escozor de los ojos.

ya no tendré que hacer más llamadas lotería para no oír el goteo del grifo, porque mi madre no volverá a salir de mi vida.

Me llamo Maic, ya debo de tener nueve años, vivo en la calle justo al lado del quiosco y mi madre aún está buscando el padre perfecto

con mi madre en casa, tendré tiempo para ser pequeño todo el día, para jugar en la calle y aburrirme chutando el balón, porque sabré seguro que cuando oscurezca las tres aes de mi nombre saldrán al balcón para llamarme a cenar con la mesa puesta. Porque mi madre ya sabrá hacer de madre y me hará la merienda con pan tierno y mucho queso, gracias a la profesora de madres, que ya no tendrá las cejas retorcidas, y ya no llegarán cartas de esas que se tienen que leer dos o tres veces para entenderlas.

Los remolinos del ombligo de cuando mi madre no está me los curan la señora Cojín con sus abrazos blandos y el señor y la señora Historias cuando charlamos sentados en el rellano.

Mi madre está buscando un padre perfecto, y por eso sale día y noche y recorre las calles con su clac-clac rítmico que hace que los hombres se la quieran aprender de memoria con la mirada y la llamen «mooo-reee-naaa» con mucha saliva

yo no me enfado nunca, ni siquiera cuando me duele la barriga porque no está mi madre y la tarde es una soledad que crece y se alarga y me retuerce el ombligo hasta doblarme por la mitad

Me llamo Maic, Maaaic cuando me gritan y Mmmaic cuando mi madre está muy-muy-muy cansada y se le pegan las palabras al paladar. Ya debo de tener nueve años. Mi abuela no ha llamado para decírmelo. A lo mejor me llama cuando cumpla diez, cuando haya llenado las dos manos.

Tengo una madre que cada día entra y sale de mi vida, y que es demasiado joven para tener un niño como yo. Y tengo un hermano inmóvil que se pasa la vida esperando