Cosas que nunca hablé con mi madre

mi recámara es un lugar para ser yo misma y no yo misma.

Nuestras madres son nuestros primeros hogares y esa es la razón por la que siempre intentamos regresar a ellas: saber cómo era tener un lugar al que pertenecíamos, donde encajábamos.

«Aquí está todo aquello que nos impide hablar de verdad. Aquí está mi corazón. Aquí están mis palabras. Escribí esto para ti».

Añoro a la madre que tuve antes de que conociera a mi padrastro, pero también a la madre que seguía siendo incluso después de casarse con él.

Cuanto más nos enfrentamos a lo que no podemos, no queremos o no sabemos, más nos entendemos unos a otros.

Por alguna razón, reconocer lo que no pudimos decir por tanto tiempo es una forma de sanar nuestras relaciones con los demás y, quizá lo más importante, con nosotros mismos.

Hay una gran cantidad de personas a quienes este día les recuerda lo que falta en sus vidas: para algunos, es el intenso dolor que conlleva perder a una madre demasiado pronto o incluso nunca haberla conocido. Para otros, es darse cuenta de que su madre, aunque viva, no sabe cómo cuidarlos.

Mientras preparo la comida, siento la presencia de mi madre en la habitación. No puedo cocinar sin pensar en ella, porque la cocina es donde ella se siente más como en casa.

«Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente…»

—Virginia Woolf, La señora Dalloway

Las madres en esta colección son terribles, maravillosas, imperfectas, humanas, trágicas, triunfantes, complejas, simples, incomprensibles, comprensivas, desquiciadas, desgarradoras y desgarradas. A veces, todo al mismo tiempo.