Desde siempre es sabido que el autor se muestra a sí mismo en sus escritos, cada uno más o menos camuflado entre las pericias de su arte y los condicionamientos de sus propias
limitaciones expresivas, es así que de pronto descubrimos a esta mujer que no se niega a los
placeres del cuerpo, muy lejos de una monja reprimida como Sor Juana Inés; o de una Emily
Dickinson sojuzgada por la sociedad conservadora del “qué dirán”; o de una Alejandra Pizarnik
negada ella misma a la felicidad amorosa por sus problemas psiquiátricos.